Antes de irme a dormir es cuando más pienso, ese momento con la luz apagada donde estoy a punto de quedarme dormida pasan mil pensamientos por mi cabeza. Algunos días me invaden sentimientos de culpa, donde me reprocho no haber pasado tanto tiempo con mis hijos, o haberle dicho que no al helado que me pidió en la tarde porque ya había comido uno en la mañana, o haber perdido la paciencia tan rápido cuando no me hizo caso a la primera. Asi somos las mamás llenas de culpas y constantemente buscando la perfección.
¿Por qué nos exigimos tanto? Pareciera que queremos ser la madre perfecta esa que todo el rato sonríe, que nunca se equivoca y que lo tiene todo bajo control. Porque no intentamos disfrutar el viaje en lugar de estar constantemente buscando llegar al destino perfecto. Perdemos de vista que a ellos solo les basta nuestra esencia, no piden más!
Para ellos somos todo, no les importa nuestro pelo despeinado, esos rollitos demás ni nuestra pijama compuesta de polos viejos. Son felices simplemente con nuestra presencia, con fluir con nosotras.
Para nuestros hijos la perfección radica en una tarde de juegos y canciones inventadas, en preparar galletas que aunque no hayan salido tan bien son las mejores porque las hicimos juntos, en que le cuentes un cuento o simplemente quedarse dormido sobre tu pecho. Ese NO rotundo que le dijiste, o cuando te molestaste porque no te hizo caso, son cosas que para ellos a las pocas horas quedan en el olvido y son rápidamente perdonadas.
Gastamos mucha energía buscando ser la mejor mamá para nuestros hijos, y muchas veces nos olvidamos que para ellos nuestra simple presencia basta. Permítete fluir, sentir y disfrutar de los pequeños momentos cotidianos con tus hijos, esos momentos son los que más valoran. No necesitas ser perfecta, necesitas ser tú, esa es la versión que más les gusta a ellos.